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  1. La Casa-Museo
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Amalia de la Rúa Figueroa Somoza

Autoría y ano
Joaquín Sorolla, 1913
Técnica
Óleo/lienzo
Dimensiones
80 x 62 cm
Otra información técnica
Firmado y datado por el autor en el ángulo superior izquierdo: "A mi amiga Emilia Pardo Bazán / J. Sorolla 1913". Inscripciones: Anotación en el bastidor: "Condesa viuda de Pardo Bazán a los 82 años".

Este retrato de medio cuerpo de doña Amalia, madre de la escritora, representa a una mujer con el cabello blanco recogido en un moño sencillo y con un austero vestido negro, como corresponde, por tradición, a la estética y a la dignidad de los ancianos. La obra muestra intimidad y naturalidad, valores que tanto gustaban al autor y a la propia doña Amalia. Joaquín Sorolla inmortaliza a la mujer con la mirada directa y la sonrisa dulce en un trabajo de pincel de largos recorridos y, en ocasiones, lleno de materia. Busca el efecto de la pintura impresionista y le añade algún otro efecto, demostrando que no le interesan excesivamente ni la técnica ni la filosofía de los movimientos artísticos. Aquí, como en sus mejores obras, el éxito reside en la rapidez de concepción y de ejecución.

Joaquín Sorolla había firmado en el año 1911 un contrato privado con Archer Milton Huntington, presidente de la Hispanic Society of America, comprometiéndose a realizar la decoración para la biblioteca de la institución con sede en Nueva York. Para el encargo, el pintor seleccionó personajes ilustres de las letras españolas: Benito Pérez Galdós, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Vicente Blasco Ibáñez, José Ortega y Gasset, y Emilia Pardo Bazán, que fue retratada en 1913, el mismo año en que el artista valenciano pintó a su madre.

La amistad y admiración mutua entre Emilia Pardo Bazán y Joaquín Sorolla venía de lejos, tal como escribe la novelista en las páginas de la revista La Ilustración Artística en 1901: “Sorolla, a mi parecer (no diré que este juicio sea irrevocable, pues aún debo estudiar mejor el asunto), es un artista que ha logrado apoderarse del secreto de la pincelada y dominar los efectos de luz: pinta tan magistralmente como rápidamente: sabe lo que ha de hacer, y lo hace muy pronto, sin tanteos ni arrepentimientos. Fogoso en la factura, prefiere, al retrato que le sujeta y cohíbe, la libertad del paisaje o de la figura que casi forma un todo con el paisaje- el marinero, la pescadora, el bañista, el carretero, la aldeana, modelos impersonales, aunque marcados con ese sello de realidad y de energía que Sorolla imprime a cuanto reproduce”.

La propia dedicatoria nos permite imaginar que la escritora solicitó al artista un retrato de su madre, o bien que el propio pintor se brindó a hacerlo por la amistad que le profesaba.